"Estoy harto de Francisco Ayala". La frase sirvió para concluir la primera mesa redonda del Hay Festival en torno al escritor granadino. ¿Y quién se atrevió a ser condenado a la excomunión literaria? El propio Ayala, más irónico que nunca y en su línea de casi pedir excusas por haber llegado a los 102 años. Pese a la fama de serio que le ha acompañado durante buena parte de su vida, la mesa redonda tuvo un tono distendido al que contribuyó más que nadie el autor de El boxeador y el ángel. Tras escuchar las disertaciones de los ponentes -la hispanista Carolyn Richmond, y los periodistas de El Mundo, ABC y El País, Emma Rodríguez, Fernando R. Lafuente y Juan Cruz-, Ayala amenazó con echarse a llorar. "No", se respondió él mismo con la carcajada compartida de todo el público, entre el que se encontraban Enrique Morente, Paul Preston o Juan Vida. Era el primer paso del Hay en Granada y se notó su sello: agilidad -incluso recriminaron a Juan Cruz alargar unos minutos el acto-, buen humor y un tono ameno de la mano de reflexiones con gran carga de profundidad. Y Ayala, muy cómodo, se mostró "conmovido" por haber podido volver a su tierra "a una edad tan avanzada, cuando ya uno tendría que estar por lo menos olvidado, si no sepultado". Tras las carcajadas, también agradeció la curiosidad de la gente "por ver si aún alienta uno después de tanto trabajo y de tantas alternativas vitales". Y volvió a burlarse de sus 102 años. "La gente viene a ver el prodigio de la vejez que no se acaba, que no se acaba de manera imprudente".
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